La libertad en San
Pablo
Un estudio bíblico
sobre el concepto de la libertad en los escritos paulinos
por
Pablo A. Jiménez
Introducción
La libertad es uno de los
conceptos claves de la Biblia. En diversas maneras, toda la tradición bíblica
supone que el ser humano es capaz de tomar decisiones libres, afirmando así la
libertad como uno de los derechos básicos de la humanidad.
En el Antiguo Testamento (AT)
encontramos dos eventos en la historia de Israel que afirman la libertad
humana. El primero es el éxodo--la liberación del yugo egipcio--y el segundo es
el regreso del exilio en Babilonia. Estos eventos afirman el interés divino en
la libertad y la liberación de la humanidad.
En términos personales, la
palabra «libertad» casi siempre aparece en el AT relacionada con el término
«redención». La «redención» se refiere al acto de liberar a una persona
esclavizada o cautiva. Por lo tanto, es contraparte y antónimo de la
esclavitud. La persona efectúa este acto de liberación se conoce como el
«redentor».
El Nuevo Testamento (NT) afirma y
presupone estos conceptos del AT. Por eso encontramos en sus páginas los
términos «libertad», «liberar», «redimir» y «redentor» asociados a la obra
salvífica de Jesucristo.
En cierto modo, tanto los actos
de liberación en la historia de Israel como el mismo conceptto de redención
afirman el mensaje cristiano de la salvación. Para la fe evangélica, Cristo es
quien instaura el régimen de la libertad perfecta y definitiva para toda la
humanidad.
Aspectos
básicos sobre la libertad en San Pablo
1. En las epístolas paulinas, el
sustantivo «libre» (gr. "eleutherós") tiene la mayoría de las veces
el sentido de libre en oposición a «esclavo» (gr. "doulos", Gá. 3.28;
Ef. 6.8; Col. 3.11; Ap. 6.15) o del que es independiente frente a toda ley (Ro.
7.3). Por otra parte, el texto de Gá. 4.22s ofrece muchos matices y en 4.26,
31, 5.1 tiene el sentido específicamente neotestamentario de «ser libre en
Cristo». Lo característico de esta libertad no es ya su contraposición a la
esclavitud, sino el hecho de que la persona que es libre es, al mismo tiempo,
esclavo de Cristo.
2. La verdadera libertad no
consiste en absoluto en la libre disposición sobre sí mismo (tanto en el
sentido político como en el sentido interior y personal), sino en la vida en
comunión con Dios, en vivir conforme al voluntad de Dios para la humanidad (Ro.
6.22; Gá. 5.1-13; 1 Pedro 2.16). La persona que es verdaderamente libre no se
pertenece a sí misma, sino al Dios que le ha liberado (Ro. 6.18, 22; Gá. 5.1).
3. En este sentido, el NT va
mucho más allá que el AT en la comprensión de la libertad, ya que entiende la
liberación como liberación de estos poderes malignos que oprimen al ser humano.
4. Ahora bien, queda claro que la
persona que ha sido liberada del pecado en modo alguno queda preservada de él
para siempre como por un procedimiento mágico. También ha de exhortarse al
creyente a luchar continuamente contra el pecado (Ro. 6.12, 19; 1 Co. 6.18, Ef.
6.10ss y passim), también él está expuesto a la tentación (2 Co. 2.11; 1 Tes
3.5) y continúa siendo pecador. Por eso, junto al indicativo que expresa la
liberación del pecado, «al que hemos muerto» (Ro. 6.2), aparece siempre el
imperativo de no dar ya cabida al pecado (v. 12) sino más bien vivir para Dios
en Cristo Jesús (v. 11).
Liberados
de las fuerzas de la muerte
1. En los escritos paulinos se
describen una serie de modalidades de las fuerzas del mal. La más inmediata al
ser humano es la «carne» entendida no en su sentido físico sino como la
voluntad humana que busca el placer en oposición a la voluntad divina.
2. La vida de quien no ha sido
liberado del poder de la muerte no es un fenómeno de la naturaleza, sino de la
vida del que se esfuerza, del yo que quiere, que se proyecta siempre hacia
algo, que se halla siempre ante sus posibilidades, y, en concreto, ante las
posibilidades fundamentales de vivir «según la carne» (gr. "kata
sarka") o «según el espíritu» (gr. "kata pneuma"); es decir, de
vivir para sí mismo o para Dios.
3. El «Espíritu» (gr.
"pneuma") es lo opuesto a «carne» (gr. "sarx", Gá. 5.16,
6.8; Ro. 8.4). El poder del Espíritu se pone de manifiesto en que da al
creyente la libertad, que encierra futuro, no lo corruptible, la vida. La
libertad no es otra cosa sino el estar abierto al futuro de Dios para la humanidad
y a dejarse determinar por ese futuro. Así podemos definir al Espíritu Santo
como la fuerza del futuro.
4. Sólo cuando el Espíritu opera
en el ser humano, como un principio vital, se encuentra la verdadera libertad
(2 Co. 3.17; Ro. 8.1ss; Gá. 5.18).
5. En unión a la «carne», el
creyente también se enfrenta a otras tres fuerzas malignas.
- El pecado de cuyo yugo nos
arranca Jesucristo.
- La muerte, compañera del
pecado (Gén. 2.17; Ro.5.12), que ha sido también vencida.
- La ley, de la cual hemos
sido liberados, pasando a vivir por la gracia (Ro. 6.15).
6. En resumen, junto
con la libertad frente a la muerte se da la libertad frente al mundo y sus
potencias.
El
alcance de la libertad cristiana
1. La libertad de la ley
comporta, por consiguiente, un carácter dialéctico: libertad respecto de las
exigencias y sin embargo estar atado a ellas, según en qué sentido se entiendan
las exigencias.
2. El tomar en consideración al
hermano no significa depender de su juicio (1 Co. 10.29b; Ro. 14.5). Todo lo
contrario, la libertad cristiana es la libertad frente a todas las convenciones
humanas y frente a todas las normas de valor.
3. La certidumbre de que nada
puede separarle ya de Dios (Ro. 8.38s), de que la inapelabilidad de la muerte
ha sido superada, libera a la humanidad del temor a la muerte considerada como
la aniquilación definitiva de su existencia.
4. La libertad se manifiesta en
una igualdad entre todos sus miembros (de un modo análogo a como aparece en la
predicación de los profetas). La libertad otorgada por Dios debe traducirse
ante todo en la convivencia del pueblo de Dios. Pues la comunidad cristiana es
una comunidad de personas libres (Gá. 4.21-31).
5. En resumen:
- El cristiano liberado se ve
lleno de una confianza intrépida, de un orgullo al que el NT llama
"parresía".
- La libertad no es licencia o
libertinaje.
- El primado de la caridad. Es
verdad que Pablo habla todavía de una «ley de Cristo» (Gá. 6.2; 1 Co.
9.21), pero esta ley se resuma en el amor (Ro. 13.8ss).
Conclusión
1. La libertad, la justicia y la
vida tienen su fundamento en Dios, y la gloria de Dios aparece como el sentido
último y la meta suprema de ella.
2. Se trata, pues, de consolidar
la libertad colectiva de tal manera que, sin dejarse llevar a los extremos del
libertinaje y del totalitarismo, exista la mayor libertad posible del derecho
natural.
3. El ser humano no es libre por
naturaleza (al igual que en el AT), sino que ante todo es liberado: la acción
salvífica de Dios (en Cristo) lo libera del pecado y lo hace libre para la
justicia, lo libera de la inmoralidad para que sirva a la justicia, de la
muerte (el salario del pecado) para la vida eterna (don de Dios).
4. La libertad prometida y
otorgada por la palabra y la acción de Dios ha de ser visible y realizada ya
desde ahora y en la medida de lo posible por los cristianos.
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